Suelo decir que el santeño es oriundo de todas partes. Donde usted se meta va a encontrar tarde o temprano a un paisano con un sombrero a la pedrá… De paso escuchará una saloma y si se queda mucho tiempo escuchará, no lo dude, un tamborito o un acordeón amenizando un baile. Por donde vaya se lleva su santeñidad al hombro. En Panamá el que no es santeño es hijo o nieto de uno, no lo dudei.
Son gente estudiosa, trabajadora, que no le saca el cuerpo al sacrificio; dedicados a la familia sin duda su mayor honra. El santeño, donde se mude se llevará sus fiestas en el fardo; por mucho que estudie no se le va a quitar el hablar jondeao. Son como la quijada de arriba, de una sola pieza, y nunca abjurará de las juntas de embarre, ni del carnaval, ni de la pollera y sepa dios cuantas costumbres y tradiciones más.
Bueno pues, todo esto viene por “La Fugitiva de la Gloria”, Rufina Alfaro cuyo solo nombre genera controversia cuando se trata el tema de su existencia. La concreta es que contamos con varias biografías “hermosa verdulera de La Peña” dice en wikipedia. “Era negra, mujer y pobre”, propone Carlos Smith y por ello su “invisibilización”. ¿Correspondería a la “oscura mujer santeña” como la describe Ernesto J. Castillero? Guardadas las proporciones y, en vista de la asignación de que le da el Ñopo Don Segundo de Villarreal, Rufina vendría a ser nuestra Mata Hari en función de espía.
Para no ser un personaje de carne y huesos, puesto que no hay evidencia histórica de su paso por la vida, se ha ganado, como buena santeña, un espacio por lo menos en la literatura, así como en el imaginario del panameño. Existe un barrio con su nombre en San Miguelito, luce un parque, en la Villa de Los Santos un monumento, del escultor Mora Noli, dedicado a su entrega y cada noviembre acude incólume a las festividades para celebrar a la patria.
Sea de carne y pueblo, de leyenda y coraje, ella va camino de La Peña sin comprender lo inconmensurable de su acto. Nacida o nonata, es síntesis y símbolo del ánimo de libertad que puso fin al faro español. A veces se me ocurre que se trató de un anagrama o más bien de una instrucción: distraer al faro (centinela). Veamos bien.
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