jueves, 5 de marzo de 2015

Elogio del vendedor de raspao
Nuestro país sería un paisaje triste, gris y sin sabor si las plazas, las ferias, las manifestaciones de los compañeros de la Suntrac, las esquina de barrio, los sepelios, no se dejaran alumbrar por el resplandor de ese este sólido geométrico de cristal, es decir, el hielo de las carretillas del raspao.
Le acompaña, fiel compañía, las botellas de siropes y la infaltable leche condensada y la miel de caña con la que se adorna. Este caballero de la risa y del cristal de estrellas, mejor digo: el vendedor de raspao.
El hombre bajo el sombrero, se desliza desde temprano, por eso que se llama vida, para preparar sus aparejos. Limpia los surtidores, prepara las mezclas de sabores, agua, azúcar, esencias… afila a conciencia la cuchilla del ‘cepillo’ que vendrá a ser una extensión de su mano, de su brazo de hombre ‘esforzado y valiente’, y más que eso, extensión de su vida, que entrega en cada vasito en forma de cono con aquellos, ya tradicionales dibujos de naranjas…
Es un oficio solitario, acudido por una campana vocinglera, que ni siquiera tiene que cantar para venderse. Como las hormigas al azúcar acuden los sedientos, perseguidos por el sol del mediodía. Un raspao es una aventura para los sentidos. Lo que te ofrece ‘El Señor de los Raspaos’ es una experiencia de vida. Aparte del hielo ofrece: primero, el sonido del cepillo cortando el hielo, eso es para el oído; segundo, la sensación de frío en la mano, eso es para el tacto; la fiesta de esa ‘instalación’, obra de arte ambulante, que es la carretilla, eso es para la vista; en cuarto lugar, los vapores que flotan en el aire, eso es para el olfato; y, por último, el instante de eternidad a la hora de disfrutar los ácidos y los dulces de la mezcla que elegimos, eso es para el gusto. Propios y extraños hechizados por la magia simple de un hombre sencillo. El sol aprieta, el hielo se va reduciendo como la jornada laboral y ahí está, cansancio y sudor, el hombre con la piel curtida, como un jornalero, con la sonrisa, dolorosa a veces, pero siempre invicta.

El raspadero no pregona, no tiene pregón, he ahí la heroicidad de lo que entrega. Vende algo que no alimenta, pero hace feliz a mucha gente, comparte con calidez un momento de frío, que te congela los labios, la lengua, pero en realidad le está hablando al alma. Consumir un sabroso raspao es ganarle territorio al olvido, pues quien no se da un viaje a la infancia cuando tienes necesidad de cambiar el vaso de mano, porque el frío es muy intenso. Desde la circunferencia del vaso, donde está el dibujo de las naranjitas, al vértice el raspao, el artífice del mismo, es un sobreviviente victorioso de cualquier escena del teatro de la vida cotidiana. ¿O no?

viernes, 6 de febrero de 2015

MARTINELLI ES EL MEJOR
Por: Cholo Justo
Para enredar la verdad
Y enredarse en la mentira
Para abjurar de la vida
Sirvió bien su majestad.
Le eligió la voluntad
De un pueblo, que gran error.
No pudo nada el pudor.
Con un rapaz tan ascoso
Ejemplo de codicioso
Martinelli es el mejor.

Es triste, no es ningún chiste
Lo que al país le pasara
Que uno solo se llenara,
Y a la población ni alpiste.
Cara dura nunca viste
Es de miedo, es de terror
Se fue el ladrón mayor
A la cueva de ladrones
Vació todos los cajones
Martinelli es el mejor.

Ya se marchó el parlanchín
A anidar el Parlacen 
Demoró ni un santiamén
Como quien toca machín.
Con rambulero mohín
Se burlaba el timador
De mugre y lama el hedor 
en su maleta, y sin pena…
Para tomar cosas ajenas 
Martinelli es el mejor.

¿Robarse un foquin real?
No es cierto, fueron millones.
Playas, Metros y jamones…
La vergüenza al albañal.
Supo bien el gamonal
Como muy buen birlador
Sin contralor ni auditor
Llenarse las zapatillas
Por su cinismo es que brilla
Martinelli es el mejor.

Que será de la esperanza
De este pueblo traicionado
Cuya fe se la han robado
Los que llenaran sus panzas.
Ha parecido venganza
De maleante tranzador.
No le perdones Señor
Está tremebunda herida
Y que más nunca se diga
Martinelli es el mejor