La mujer de mi vida se me ha muerto
matándome en la ruta a su final.
Agonice, con ella, todo el tiempo
que pasamos juntos, agonizando.
Me quería, pobrecita. -Estoy sentido-
a este mi ser que nunca mereció tanto,
a mí, que siempre la advirtió tan lejana
y perseguida por un rictus de desdén.
Se me ha muerto, se murió. –¡Mira que vaina!-
La muerte es un para siempre solapado,
que desgarra la certeza de un jamás
que habita en el
sueño de los desvelados.
Aquí en una esquina del corazón
reposarán sus restos, inmortales,
porque me siento incapaz de soplar
al viento sus cenizas
veneradas.
Su deceso me ha causado tanto estrago,
tanto desconsuelo - y ni quien lo niegue-
que de seguro dolerá. -Morirse duele-
lloraré muchas
cervezas y unos cuantos tragos.
cervezas y unos cuantos tragos.
Tuvo bien merecida su vida -Sí-
bien merecido el amor que mereció.
Hoy es pelusa fermentada de olvido
polvo, pavesa, escoria lo que quedó.
Me pidió, por lo que más yo quisiera, Ella,
sin duda, que en su
tumba dispusiera
las armas letales causantes de su huida:
un celular y una tablet. Y le he cumplido.
La mujer que me tenía
se me ha muerto sin nacer.
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