La literatura vino al mundo para hacernos la vida feliz,
aunque algunos escritores se empeñan a
fondo para hacer todo lo contrario. A veces las anécdotas para contarnos como
fueron concebidas las obras resultan mucho más interesantes que la obra misma.
Igual, lo considero un valor agregado.
Explorar sobre la intríngulis de la gestación de una novela,
un cuentario, un poemario resulta delicioso, si el humor del autor es humor
del bueno. Aún cuando ese ejercicio de eutrapelia no esté reflejada en el
producto final.
La narrativa panameña tiene mucho de lo que anoto. Algunos
autores escriben desde su experiencia personal. La calidad de su producto
dependerá de la riqueza de esa vida. Otros son unos oidores empedernidos y
escriben eso que escucharon de pasada, subrepticiamente, por supuesto pasado
por el tamiz del editor, el corrector de estilo,(el negro, el coach), quien le
debe hacer las observaciones obvias para escapar del plagio.
Me gusta el autor que habla de conmover, de alegrar al
lector. Me deleita más aquel que paga impuesto a los actores cotidiano, a la
gente de por ahí, cuando reconoce que escuchó, vio y tomo prestado lo que
cuenta, canta. Recuperar esa información o sucesos y hasta expresiones del
habla popular es bueno, de lo contrario,
esa rica materia prima, se pierde.
Si el autor se expresa en espacios y atmósferas nacionales
está contribuyendo de alguna manera a recuperar la memoria geográfica,
arquitectónica, gastronómica, hasta lingüística de la ciudad. Si el autor
se ha decidido por rescatar los pañuelos de la historia, esos retazos
que no registra la historia oficial, porque a veces es mentirosa, por
incompleta, yo seré su incondicional.
Ficcionar es irse lejos de la verdad, es pura invención.
Pondré sobre la página un personaje (un protagonista) desnudo que construiré,
lo alimentaré, crecerá, le daré palabras, canciones, historias y finalmente, ya
vestido, me abandonará como a madre ciega. Le tocará cuidar su alma de
narración en primera persona para no convertirse, por la ley de acción y
reacción, en ser humano con un rol secundario.
Lo real maravilloso ocurre todos los días. Se debe
tener “la pupila absorta” para darse
cuenta, si es que se quiere enriquecer el ejercicio narrativo. No se puede
olvidar que un cuento, un poema, una humilde novela es, debes empeñarte en eso,
una obra de arte. Si queremos entregar textos de trascendencia, debemos atender
esa premisa.
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