viernes, 24 de octubre de 2014

Para alzar como bandera el corazón Centenario de Octavio Mendez Pereira (publicado Periodico La Universidad (Suplemento Jornada) 1997


Desde los ojos de Cervantes Don Quijote interroga el horizonte

y te piensa Maestro; lo comprende y te siente camarada;
lo trasciende y te cree eterno.

Un Rocinante victorioso cruza el Campus
este agosto oloroso a centenario
a sueño maduro, a bandera amorosa
a casa creciendo como flor de invernadero.


Sancho escucha a la jauría
y tiende puentes de verdad para callarla
para que la espuma no suba al cielo
y tu nombre OCTAVIO vuelve al camino trocado en adarga.

La piedra se hizo forma, lo humano trazó líneas al cemento
y las escuelas abrieron sus puertas para nombrarte
de par en par y sin par.

Las ventanas solidarias de esta casa,
 inconclusa todavía, saludan la libertad de estar presentes
y abiertas al pensamiento, a la consigna Rector unánime de las ideas.

Aún no aprendemos a vivir el Juramento
ni a sentir el país como algo nuestro
a prescindir de la luz como alimento

Maestro, su edad se queja entre pistolas y contradicciones.
Su tiempo pacta con el presente
y celebra el recuerdo con un ceremonial de venenos y de espadas.

Si usted viera todas las iras de los inquisidores
apuntan sin tregua  a la Colina,  sin sosiego.

Tu súbito Centenario ha llegado a nosotros
a tientas y gimiente Padre Mayor
y tu osamenta es fundamento y mesa de tolerancia.

Nos hacen falta tus manos prodigas de respuestas y caminos
requerimos (precisamos) de tu don
para concebir (imaginar) el futuro como certeza

no sabemos Capitan las coordenadas de tu cosmos
y la brujula se desorienta a la hora de la siembra o de la siega

si tan sólo comprendieramos el amor como tu lo concebías
y alzaramos como bandera el corazón

ELOGIO DEL VENDEDOR DE RASPAO


Nuestro país sería un paisaje triste, gris y sin sabor si las plazas, las ferias, las manifestaciones de los compañeros  de la Suntrac, las esquina de barrio, los sepelios no se dejaran alumbrar por el resplandor de ese este sólido geométrico de cristal, es decir el hielo, de las carretillas del raspao.
Le acompaña, fiel compañía,  las botellas de siropes y la infaltable leche condensada y la miel de caña con la que se adorna. Este caballero de la risa y del cristal de estrellas, mejor digo el vendedor de raspao.
El hombre bajo el sombrero, se desliza desde temprano, por eso que se llama vida, para preparar sus aparejos. Limpia los surtidores, prepara las mezclas de sabores, agua, azúcar, esencias… afila a conciencia la cuchilla del “cepillo” que vendrá a ser una extensión  de su mano, de su brazo de hombre “esforzado y valiente”, y más que eso, extensión de su vida, que entrega en cada vasito  en forma de cono con aquellos, ya tradicionales dibujos de naranjas…
Es un oficio solitario, acudido por una campana vocinglera, que ni siquiera tiene que cantar para venderse. Como las hormigas al azúcar acuden los sedientos, perseguidos por el sol del mediodía.
Un raspao es una aventura para los sentidos. Lo que te ofrece El Señor de los Raspaos es una experiencia de vida. Aparte del hielo ofrece: Primero el sonido del cepillo cortando el hielo, eso es para el oído; segundo, la sensación de frío en la mano, eso es para el tacto; la fiesta de esa “instalación”, obra de arte ambulante, que es la carretilla, eso es para la vista; en  cuarto lugar los vapores que flotan en el aire, eso es para el olfato y, por último, el instante de eternidad a la hora de disfrutar los ácidos y los dulces de la mezcla que elegimos, eso es para el gusto. Propios y extraños hechizados por la magia simple de un hombre sencillo.
El sol aprieta, el hielo se va reduciendo como la jornada laboral y ahí está, cansancio y sudor el hombre con la piel curtida, como un jornalero, con la sonrisa, dolorosa a veces, casi siempre invicta. El raspadero no pregona, no tiene pregón, he ahí la heroicidad de lo que entrega. Vende algo que no alimenta, pero  hace feliz a mucha gente, comparte con calidez un momento de frío, que te congela los labios, la lengua, pero en realidad le está hablando al alma. Consumir un sabroso raspao es ganarle territorio al olvido, pues quien no se da un viaje a la infancia cuando tienes necesidad de cambiar el vaso de mano, porque el frio es muy intenso. Desde la circunferencia del vaso, donde está el dibujo de las naranjitas, al vértice el raspao, el artífice del mismo, es un sobreviviente victorioso de cualquier escena del teatro de la vida cotidiana. O no?


DIA DE LA PATRIA

DIA DE LA PATRIA











El aroma del café hace travesuras por el patio reviviendo lo que toca con su aliento. Mi madre, otra vez, extiende su brazo, y yo bebo de su mano la ternura de aquel gesto. La casa vuelve a mí como un día de lluvia: las ventanas siguen abiertas a los cuatro vientos; las puertas gritan de euforia por mi retorno, y mi camisa empieza a empaparse, mientras celebro en su pecho la fiesta de su maternidad la alegría de haber nacido, la belleza de estar vivo.  ¿Estás ahí?  -Pregunta la madre-, que no se cansa de ser madre, como no se cansa de repartir entre muchos cariños, panes, bendiciones porque sólo sabe dar. Es su fe, su mandamiento, su ley de vida.  ¿Estás ahí? Me susurra en el oído y me acerca el vaso de su risa una vez más.


La madre viene, toma mi vida como cada vida que engendrara, vuelve a la mesa… Su resplandor tiñe la luz de la lámpara de haces dispersos entre sombras; se sienta conmigo mientras seca sus manos, manos que conocen la entraña del agua y del barro mojado como la palabra simple,  moja con una sonrisa mis labios mientras su presencia se hace cierta, se hace grande, se mueve como la brisa por toda la casa; late como la flor temprana, que no sabe que es flor, pero es bella, que le extiendo en diciembre.   La madre, a veces triste, me sirve un plato de arroz triste, y yo devoro, en el recuerdo, cada uno de los granos, espulgando los churúes de mi infancia. Cada cucharada es salada por la tristeza de la casa y un vaso melancólico me seca la pesadumbre agolpada en la garganta.

Ella me lanza desde el fondo de la risa su alegría decantada, feliz de tenerme en casa, orgullosa del amor que compartimos en viejas anécdotas, repetidas, siempre nuevas. Yo la miro con la ceguera de quien ve, a través de las cosas, y la adivino linda debajo de sus canas, detrás de cada arruga, vigente en su consejo.

¿Estás ahí?- Me indaga con esa voz  gastada- y me devuelve, con su tierna ancianidad a la mesa, al plato solitario, a la sed del vaso a media asta, al pie descalzo de la infancia, de la rodilla rota, el pie lacerado y el pantalón recosido. ¿Estás ahí?- Me interroga-, con un eco alucinante mientras raciona los platos en la cocina, y el niño, que todavía soy, busca su aroma en el aire, y los besos vuelan, buscando la estrella de su frente, la flor ruborizada de su mejilla…

Se me ha muerto la mujer de mi vida, hoy que es el día de la Patria, que la nombrará más que a la Patria misma, y la he sepultado debajo de este calendario, sin flores que se pudren ni recuerdos que se cristalizan…  Se me ha ido, se me fue  mientras la resucitaba, cuando mi boca se desbordaba en suspiros.  Se fue sin dolor, por eso no hay queja en los guiños que me dan los días que me quedan, que me quitan, que ahora sobran.  Era mujer por engendradora. Mujer por coraje,  es decir,  mujer dos veces…

Me perdí en su matriz, en la frescura de sus ovarios, ora marchitos.  Fui uno solo de sus hijos, diez veces repetido, y a veces su padre fui. Pero eso es intrascendencia y vinagre. Su ausencia se queja en cada sorbo de café, vino o cerveza.  Coño estoy triste y ni siquiera es porque ella no está. Se trata de que yo, ya no soy yo, me he vuelto invisible, no estoy cuando estoy, y devuelvo los buenos días por inercia.  Un gallo viejo me despierta cada mañana  y en su canto granuloso me recuerda mi propia decrepitud… 

¿Estás ahí?  … de que se puede jactar esa pequeña muerte inútil, no puede deshacer la vida que nos diste: pedazo de agonía hecha pedazos, por ese coraje que te trajo al mundo,  en la respiración de cada hijo oriundo de tu útero. 
¡Está aquí! porque se sabe querida, única, irrepetible, como suele ocurrir con cada madre, que reta al  frío, la mudez y al desamparo.


Hoy volveremos a cantar el sagrado himno maternal de tu soberanía.

martes, 17 de junio de 2014

ROGELIO SINAN (MURAL DE DAVID VEGA)


Es Rogelio Sinán sin duda el panameño que mas  ha aportado, aunque no lo sepamos,  a nuestras vidas. Este presente, culturalmente hablando,  sería imposible sin enumerar los hechos de su vida y sus logros, conseguidos en una hoja de servicio incuestionable.
Aportó al país, bien se sabe,  como autor de más de una decena de títulos que expresan el pensar y el sentir de su época. Fue uno de los fundadores  del teatro panameño y, por si fuera poco, es el icono más importante de la dramaturgia dirigida a los niños. Sirvió  como docente,  diplomático, funcionario público, siempre en busca de la excelencia del servicio a su comunidad.
En este acto nos vuelve a convocar para que, no solo no le olvidemos,  sino para que dediquemos tiempo para recordarle. En ese ejercicio de memoria colectiva el maestro David Vega honra  su nombre al honrar al maestro en la tela que develaremos.
Al arte se llega por caminos imaginarios, por ventanas cerradas, por abismos viscerales.
En esta materia el que mira se deja decir lo que quiere sentir.  El artista en este caso, ha mirado por nosotros, que vendría a ser como mirar dos veces, el paso de Sinán por la vida terrenal: su ritual creativo y su afán por estrenar mundos, inventar universos desde una isla, isla mágica en fin de cuentas para celebrar la perseverancia del más grande escritor de nuestra tierra.
David Vega siente, mira y dice, en un lenguaje donde el color es una excusa para trazar las formas, arrancándole argumentos a la naturaleza humana.
En este caso hace un homenaje  a la humana rareza de un inventor de prodigios y ficciones;  un degustador de metáforas y cuentos…  De eso se hace el arte, es la lógica de lo humano y lo divino del absurdo.
Construyo una catedral o siembro un árbol que no voy a disfrutar plenamente, pero siembro el templo, construyo el árbol por fe, por convicción. Porque lo que hacemos en esta vida, en final de cuentas lo hacemos para los demás, lo hacemos para Dios.
El artista conoce de rutas, las encrucijadas, y cuando se percata de la desorientación del animal humano traza mapas inventa brújulas de inexactitudes, dibuja una rosa náutica traslucida como quien pone piedras para encontrar el camino de vuelta. Y el aquí  y el ahora es el tiempo para encontrarnos.

La tela quiere simbolizar de manera sencilla, porque sentida es la propuesta plástica, los referentes que signaron la vida del Maestro: su isla de las flores, cuyo terruño acunó sus primeras inquietudes, como lo expresa en su obra magna: La isla mágica.

La percepción de la imagen: el dolor de ver crecer, la alegría de creer, la agonía de querer, el deber de amar… cada flor quiere ser un guiñó a la ternura transfigurada en el atuendo  tradicional. La majestad de la patria desnuda y vuelta a vestir de un solo tris por el mago que bien la quiso. Quiere el mural de Vega entregar a esta generación  su visión de belleza, su visión de fe una obra de arte hecha desde el arte.

En la Universidad Tecnológica de Panamá se sabe bien que la ciencia y la tecnología deben estar al servicio de lo humano y que la cultura no riñe para nada con sus hallazgos.
Aquí estarán los referentes que fundamentaron la obra de Sinán: Bocaccio, Pirandelo,  Dante. También las alucinaciones, por no decir que los sueños, de un artista que nos quiere hacer soñar mas allá de las letras, mas allá de estas palabras…

En este mural el Panamá del futuro se podrá mirar en presente para honra y gloria de nuestra generación.

BUEN PRINCIPIO

Todos tenemos historias que contar. Eso es posible porque vivimos en un mundo, un país cuyos personajes y situaciones son de fábula; a veces de terror, otras de comedia, pero al final del día tejemos una entramado , que sin mayor trámite nos puede dejar colgados de la vigilia, mientras llenamos un valle de lágrimas o irnos al sueño con una sonrisa, casi mueca, si estuviéramos despiertos para “La última hora”.
Escribir, escribir cuentos con el tiempo se ha convertido, más que en una actividad que realizan elegidos de la lengua, en un afán de muchísimas personas. Eso habla bien de estas, pues se adquiere un compromiso con la lectura, en primera instancia, y con la escritura como consecuencia.
Es cierto que no todos esos productos finales conocerán el perfume de las imprentas… Afortunadamente, están las impresoras que les permitirán a los más arriesgados hacer tirajes mínimos para satisfacer al Pedro Rivera o al Carlos Winter que llevan dentro.  Esas ediciones “príncipes” justificarán el intento. No se apene. Pues a amar se aprende amando como dice la canción, y a escribir se aprende leyendo. Es por ello que Quiroga en su decálogo del perfecto cuentista dice: “Cree en el maestro” y luego enumera lecturas obligadas: Poe, Kipling, Maupassant, Chejov. A propósito dijo alguna vez Hemingway que uno debe escribir más con el borrador que con la punta del lápiz, (traducción: usar más delet o supr que el resto de las teclas). Esto sería, una vez más, el principio.  Las pausas serán necesarias si decidiéramos de plano enmarañarnos con personajes, diálogos, descripciones. No olvidar que cuando jugamos con palabras y páginas en blanco, estamos creando una obra de arte. Si no lo miramos de esta manera, claudicaremos frente a la ceguera, pupila blanca del monitor.
Huidobro en su Altazor dejó la instrucción: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! Hacedla florecer en el poema. Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra.  El adjetivo, cuando no da vida, mata”. Cuidemos el uso de los gerundios y alerta con las cacofonías.  Borges en su infinita clarividencia también nos heredó la siguiente instrucción: El primero que comparó a una mujer con una flor era un poeta; el segundo un imbécil; el tercero un genio. Aprendamos a oscilar.

Arranquemos, pues, con nuestra primera línea sin olvidar la máxima del maestro: “A buen principio no hay mal fin”.

RIOS TORRES Y EL TABANO

Mi Angel de la guardia, que es muy sabido,  dice: Yo tenía un país, que guardaba mis huellas y cabía bajo la sombra de la bandera. Ahora es un paisaje devastado por el progreso y es de hierro y cemento el perfil de una ciudad que se ufana de “pifiosa” y  es “chichipati” al mismo tiempo. Eso de desfigurarse o cambiarse de mascara es moneda de curso común por estos días.
Me parece una maravilla el hecho, ya clavo pasado, de que se haya clausurado de manera alevosa un programa cultural, más bien de promoción de la lectura.  Cerrado, clausurado, defenestrado, arrojado al vacío, amordazado, reprimida la palabra. Lo celebro y debería cantarlo, pero como dice Vallejo: “Me sale espuma”. Un programa donde se habla de lectura, de historia nacional, de política ciudadana... “flores tan bellas no pueden durar”. Desde esas ondas  se conoció lo mas granado de la creación literaria reciente y además se hacía patria.

Ricardo con sus ríos y sus torres, se ha pasado la vida enseñando cosas que todos los panameños debíamos saber para merecer el gentilicio, pero no lo sabemos por lentos. Se ha empeñado en hacer docencia, con total decencia y decoro. ¡Que son mil días de novedades culturosas para una población que no  bien termina de acariciarse la mejilla estremecida, enrojecida cuando viene la otra gaznatada!

Me alegra, por otro grado de temperamento, que las autoridades de la cultura  y el incontestable ministerio de educación (valen las minúsculas), no haya expresado parecer. No quiero imaginar qué será del país si siguen cerrando los pocos oxigenadores culturales que  quedan: en tv no hay, en diarios son escasos y en radio…  Ya pasó la ley de cultura. Hubo un proyecto del libro y la lectura. Iniciativas ambiciosa rendidas por asfixia y angurria.


Estoy tendenciosamente feliz se ser parte de esa muchedumbre desalmada, que se alarma con las individualidades cuando se tornan intolerables y peligrosas. No se trata de un programa radial. Se habla de la miseria de país que quedará si se persiste, únicamente, en tapizarlo todo con asfalto y cemento. Hay cosas que son necesarias para no morir y la cultura es una de ellas. Me regodeo de que tengamos una oportunidad menos, los que somos más, y no somos los mismos locos. Que nuestra locura es la del Quijote como preconiza Ríos desde su torre del decir. Zarandajas.

75 años de La cucarachita mandinga

La obra literaria de mayor trascendencia en la historia de las letras nacionales es sin duda La farsa para niños la cucarachita mandinga de Rogelio Sinán. Escrita por la década del 30 se estrenó por primera vez un  ocho de diciembre de 1937 en el Teatro nacional. Desde entonces recorrió los centros urbanos más importantes del país con rotundo éxito y pertenece al imaginario colectivo por cuenta propia.
La cucarachita mandinga es de origen  africano, según aseveración del propio Sinán, quien realizara un estudio sobre el tema: Divagaciones sobre la fábula de la Cucarachita Mandinga y sobre la posible resurrección de Ratón Pérez (Revista Lotería No. 221). En la tal publicación anota: “El mismo titulo del cuento hace pensar en su prosapia africana. Los mandingas son una raza negra de la región del alto Senegal y del alto Níger que comprende los bnmaras, los malinkés y los solinkés”. Se cumple con explicar la razón por la cual el personaje aparece en  fabulas similares, sobre todo en  el Caribe.
El cuento es una propuesta muy sencilla el personaje encuentra una moneda y piensa primero en engalanarse (Si lo compro en cinta se me gasta…) para luego buscar un pretendiente protagonizado por animales, que es la esencia de la fabula, y representan conductas humanas que ella termina de rechazar para finalmente irse,  o  mejor quedarse con el ratón… Expresa la obra las necesidades económicas y sexuales de los vivos, pero la maestría de Sinán le llevaría, mas tarde, convertir la representación en un texto de formación nacionalista, otorgándole  sentido al reclamo soberano de los panameños.
Sin lugar a dudas, el hecho de que el trabajo literario estuviera acompañado, para la puesta en escena de 1965, por titanes del arte, la danza y la música como lo fueran Juan Manuel Cedeño, responsable de la escenografía;  Blanca Korsi de Ripoll, coreógrafa  y el inmenso Gonzalo Brenes responsable de la música, dieron como resultado su permanencia en el tiempo y en la memoria.
En el mismo diciembre de 1937, la critica destacó su “sabor vernacular,  gorjeada por gritos y salomas, el temblor de añoranzas de un cuento, para entonces bisabuelo, popularísimo, elevado a pieza de arte excelso.  Sinfonía cómica infantil, tiene el valor de una luminaria: emocionante para los grandes, hilarante para los niños, y permeada de promesas para los que quieren ver en la semilla la posibilidad de un árbol.
El maestro Sinán deja eternizada en esta obra la calidad de su sensibilidad, la elevación de su magisterio artístico.