viernes, 24 de octubre de 2014

DIA DE LA PATRIA

DIA DE LA PATRIA











El aroma del café hace travesuras por el patio reviviendo lo que toca con su aliento. Mi madre, otra vez, extiende su brazo, y yo bebo de su mano la ternura de aquel gesto. La casa vuelve a mí como un día de lluvia: las ventanas siguen abiertas a los cuatro vientos; las puertas gritan de euforia por mi retorno, y mi camisa empieza a empaparse, mientras celebro en su pecho la fiesta de su maternidad la alegría de haber nacido, la belleza de estar vivo.  ¿Estás ahí?  -Pregunta la madre-, que no se cansa de ser madre, como no se cansa de repartir entre muchos cariños, panes, bendiciones porque sólo sabe dar. Es su fe, su mandamiento, su ley de vida.  ¿Estás ahí? Me susurra en el oído y me acerca el vaso de su risa una vez más.


La madre viene, toma mi vida como cada vida que engendrara, vuelve a la mesa… Su resplandor tiñe la luz de la lámpara de haces dispersos entre sombras; se sienta conmigo mientras seca sus manos, manos que conocen la entraña del agua y del barro mojado como la palabra simple,  moja con una sonrisa mis labios mientras su presencia se hace cierta, se hace grande, se mueve como la brisa por toda la casa; late como la flor temprana, que no sabe que es flor, pero es bella, que le extiendo en diciembre.   La madre, a veces triste, me sirve un plato de arroz triste, y yo devoro, en el recuerdo, cada uno de los granos, espulgando los churúes de mi infancia. Cada cucharada es salada por la tristeza de la casa y un vaso melancólico me seca la pesadumbre agolpada en la garganta.

Ella me lanza desde el fondo de la risa su alegría decantada, feliz de tenerme en casa, orgullosa del amor que compartimos en viejas anécdotas, repetidas, siempre nuevas. Yo la miro con la ceguera de quien ve, a través de las cosas, y la adivino linda debajo de sus canas, detrás de cada arruga, vigente en su consejo.

¿Estás ahí?- Me indaga con esa voz  gastada- y me devuelve, con su tierna ancianidad a la mesa, al plato solitario, a la sed del vaso a media asta, al pie descalzo de la infancia, de la rodilla rota, el pie lacerado y el pantalón recosido. ¿Estás ahí?- Me interroga-, con un eco alucinante mientras raciona los platos en la cocina, y el niño, que todavía soy, busca su aroma en el aire, y los besos vuelan, buscando la estrella de su frente, la flor ruborizada de su mejilla…

Se me ha muerto la mujer de mi vida, hoy que es el día de la Patria, que la nombrará más que a la Patria misma, y la he sepultado debajo de este calendario, sin flores que se pudren ni recuerdos que se cristalizan…  Se me ha ido, se me fue  mientras la resucitaba, cuando mi boca se desbordaba en suspiros.  Se fue sin dolor, por eso no hay queja en los guiños que me dan los días que me quedan, que me quitan, que ahora sobran.  Era mujer por engendradora. Mujer por coraje,  es decir,  mujer dos veces…

Me perdí en su matriz, en la frescura de sus ovarios, ora marchitos.  Fui uno solo de sus hijos, diez veces repetido, y a veces su padre fui. Pero eso es intrascendencia y vinagre. Su ausencia se queja en cada sorbo de café, vino o cerveza.  Coño estoy triste y ni siquiera es porque ella no está. Se trata de que yo, ya no soy yo, me he vuelto invisible, no estoy cuando estoy, y devuelvo los buenos días por inercia.  Un gallo viejo me despierta cada mañana  y en su canto granuloso me recuerda mi propia decrepitud… 

¿Estás ahí?  … de que se puede jactar esa pequeña muerte inútil, no puede deshacer la vida que nos diste: pedazo de agonía hecha pedazos, por ese coraje que te trajo al mundo,  en la respiración de cada hijo oriundo de tu útero. 
¡Está aquí! porque se sabe querida, única, irrepetible, como suele ocurrir con cada madre, que reta al  frío, la mudez y al desamparo.


Hoy volveremos a cantar el sagrado himno maternal de tu soberanía.

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