martes, 17 de junio de 2014

75 años de La cucarachita mandinga

La obra literaria de mayor trascendencia en la historia de las letras nacionales es sin duda La farsa para niños la cucarachita mandinga de Rogelio Sinán. Escrita por la década del 30 se estrenó por primera vez un  ocho de diciembre de 1937 en el Teatro nacional. Desde entonces recorrió los centros urbanos más importantes del país con rotundo éxito y pertenece al imaginario colectivo por cuenta propia.
La cucarachita mandinga es de origen  africano, según aseveración del propio Sinán, quien realizara un estudio sobre el tema: Divagaciones sobre la fábula de la Cucarachita Mandinga y sobre la posible resurrección de Ratón Pérez (Revista Lotería No. 221). En la tal publicación anota: “El mismo titulo del cuento hace pensar en su prosapia africana. Los mandingas son una raza negra de la región del alto Senegal y del alto Níger que comprende los bnmaras, los malinkés y los solinkés”. Se cumple con explicar la razón por la cual el personaje aparece en  fabulas similares, sobre todo en  el Caribe.
El cuento es una propuesta muy sencilla el personaje encuentra una moneda y piensa primero en engalanarse (Si lo compro en cinta se me gasta…) para luego buscar un pretendiente protagonizado por animales, que es la esencia de la fabula, y representan conductas humanas que ella termina de rechazar para finalmente irse,  o  mejor quedarse con el ratón… Expresa la obra las necesidades económicas y sexuales de los vivos, pero la maestría de Sinán le llevaría, mas tarde, convertir la representación en un texto de formación nacionalista, otorgándole  sentido al reclamo soberano de los panameños.
Sin lugar a dudas, el hecho de que el trabajo literario estuviera acompañado, para la puesta en escena de 1965, por titanes del arte, la danza y la música como lo fueran Juan Manuel Cedeño, responsable de la escenografía;  Blanca Korsi de Ripoll, coreógrafa  y el inmenso Gonzalo Brenes responsable de la música, dieron como resultado su permanencia en el tiempo y en la memoria.
En el mismo diciembre de 1937, la critica destacó su “sabor vernacular,  gorjeada por gritos y salomas, el temblor de añoranzas de un cuento, para entonces bisabuelo, popularísimo, elevado a pieza de arte excelso.  Sinfonía cómica infantil, tiene el valor de una luminaria: emocionante para los grandes, hilarante para los niños, y permeada de promesas para los que quieren ver en la semilla la posibilidad de un árbol.
El maestro Sinán deja eternizada en esta obra la calidad de su sensibilidad, la elevación de su magisterio artístico.

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